Caliche de mi Pulgarcito
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Sin embargo, con aquellas incipientes lecturas me quedaba claro que toda lengua es cambiante, que cambia con el paso del tiempo y entre una región y otra aunque sea mínimamente; asimismo, que muchas veces esas variaciones son imperceptibles a menos que el contacto entre las personas llegue a ser muy estrecho. Cuando en 2006 publiqué El Salvador, sus hablantes e hice una comparación con el lexicón de La lengua salvadoreña de Pedro Geoffroy Rivas, pude constatar que muchos vocablos incluidos por este último ya no estaban en uso en el país o que, por lo menos, estaban cayendo en desuso. También pude comprobar que habían surgido muchos vocablos nuevos entre la población hablante, sobre todo, a partir del masivo fenómeno migratorio hacia los Estados Unidos que tuvo su cresta más alta después de la firma de los Acuerdos de Paz (1992) y de la dolarización de la economía salvadoreña (2001).
En fin, todas esas variaciones temporales y geográficas que presenta una lengua, y en este caso particular la lengua salvadoreña como variante del español, además de registrarse en la citada obra de Geoffroy Rivas y en otro de sus libros, El español que hablamos en El Salvador (1969), también han quedado consignadas en otros textos que sobre la temática se han publicado en lo que va del siglo XXI, y de entre los cuales merece especial mención el Real diccionario de la vulgar lengua guanaca (2008), de Joaquín Meza.
Obviamente se trata de valiosos textos que si bien a futuro pueden servir para el estudio diacrónico de nuestra lengua, a nuestro juicio, poseen una limitante insoslayable: todos constituyen panoramas o visiones que responden a una autoría salvadoreña, lo que acaso con el transcurso del tiempo haya formado tupidas enredaderas, con enormes hojas, que al cubrirnos el rostro impiden que atisbemos allende el frondoso bosque, más allá del horizonte y las fronteras, donde otros ojos nos miran y registran para luego definir con trazos distintos nuestra salvadoreñidad. Esa es precisamente la novedad que ofrece el estudio Caliche de mi Pulgarcito, el español como se habla en El Salvador (2015), del profesor y lingüista francés Kilda Giraudon, artísticamente ilustrado por Walter Salomón.
Se trata de una investigación o registro sincrónico de la lengua salvadoreña que, a diferencia de los mencionados y otros más, no se ha escrito en El Salvador sino en Inglaterra. Sus fuentes a menudo son mujeres y hombres de la diáspora nacional, visitas ocasionales del autor al territorio nacional y, sobre todo, las diferentes redes sociales que abundan en la Internet, en las cuales es posible establecer libre contacto con personas de aquí y de allá o que pasaron por aquí y ahora están allá, y que estuvieron dispuestas a conversar con el autor en franca camaradería, sin tapujos, es decir, más allá de la mediación apabullante de la parafernalia academicista o la ortodoxia lingüística. A esto último, quizás obedecen esos bocetos verbales del ser salvadoreño que repentinamente saltan de entre las páginas del texto: “¿A dónde vive este?”, a lo que alguien responde: “Donde tiran flechas”, consigna Giraudon.
El ingenio y el sarcasmo salvadoreños también quedan bien retratados en el rescate que el autor hace de muchos apodos: Elvis (alguien que es bizco), Carne asada (alguien que es de piel oscura o morena), etc. Lo mismo pasa con los nombres propios en sus acepciones derivadas, sean diminutivas o aumentativas, que al margen de cualquier dictado de la Real Academia Española (RAE), adquieren las formas más caprichosas y curiosas entre nuestra gente: Chepe, Chepón, Chepito, para alguien de nombre José; Chica, Paca, Paquita, para alguien que se llame Francisca, entre muchos otros que se consignan en el libro.
Desde el punto de vista didáctico, Kilda Giraudon ha ordenado sus registros a partir de ejes temáticos (La gente, Apodos, Nombres, Vecinos, etc.), lo cual sin duda facilitará la búsqueda de aquellas expresiones o vocablos que despierten curiosidad o interés en la lectora o lector. No están, ciertamente, todos los vocablos y expresiones idiomáticas de la comunicación diaria salvadoreña; como tampoco es de hechura nacional todo lo que está incluido, pues toda lengua es una construcción social que se moldea o teje con materiales propios y ajenos, es decir, con aquellos que con el paso del tiempo llegan de diversos lugares y otros que son creados en el propio lugar de los hechos por la comunidad hablante. Ningún repertorio es completo. Eso es algo que sabe muy bien el autor, como también tiene claro el propósito de su obra: “El objetivo de este trabajo no es de afirmar cuál es la escritura correcta sino de grabar palabras, modismos y dichos para que no se olviden”.
Desde ya, sabemos que Giraudon logrará su objetivo con esta su obra, la cual se complementa con un importante espacio que mantiene en la red: http://www.hablarsalvadoreno.weebly.com/, donde se pueden consultar diversos temas estrechamente vinculados a la idiosincrasia salvadoreña que, desde luego, es una de las fuentes que alimenta esa variada, dinámica y peculiar manera de hablar que nos identifica aquí y allá, es decir, donde sea, como hijas o hijos de El Salvador. Muchas gracias a nombre de mi país. De mi parte, debo agradecerle el hecho de haberme confiado estas palabras, pero también por haberme dado la oportunidad de mirarme como salvadoreño desde sus ojos, desde su investigación. Muchas gracias, Kilda. Este día he apartado de mi rostro las enormes enredaderas. ¡Bienvenido sea este Caliche de mi Pulgarcito, el español como se habla en El Salvador!
Jorge Vargas Méndez
El Salvador, 28 abril de 2015.
En fin, todas esas variaciones temporales y geográficas que presenta una lengua, y en este caso particular la lengua salvadoreña como variante del español, además de registrarse en la citada obra de Geoffroy Rivas y en otro de sus libros, El español que hablamos en El Salvador (1969), también han quedado consignadas en otros textos que sobre la temática se han publicado en lo que va del siglo XXI, y de entre los cuales merece especial mención el Real diccionario de la vulgar lengua guanaca (2008), de Joaquín Meza.
Obviamente se trata de valiosos textos que si bien a futuro pueden servir para el estudio diacrónico de nuestra lengua, a nuestro juicio, poseen una limitante insoslayable: todos constituyen panoramas o visiones que responden a una autoría salvadoreña, lo que acaso con el transcurso del tiempo haya formado tupidas enredaderas, con enormes hojas, que al cubrirnos el rostro impiden que atisbemos allende el frondoso bosque, más allá del horizonte y las fronteras, donde otros ojos nos miran y registran para luego definir con trazos distintos nuestra salvadoreñidad. Esa es precisamente la novedad que ofrece el estudio Caliche de mi Pulgarcito, el español como se habla en El Salvador (2015), del profesor y lingüista francés Kilda Giraudon, artísticamente ilustrado por Walter Salomón.
Se trata de una investigación o registro sincrónico de la lengua salvadoreña que, a diferencia de los mencionados y otros más, no se ha escrito en El Salvador sino en Inglaterra. Sus fuentes a menudo son mujeres y hombres de la diáspora nacional, visitas ocasionales del autor al territorio nacional y, sobre todo, las diferentes redes sociales que abundan en la Internet, en las cuales es posible establecer libre contacto con personas de aquí y de allá o que pasaron por aquí y ahora están allá, y que estuvieron dispuestas a conversar con el autor en franca camaradería, sin tapujos, es decir, más allá de la mediación apabullante de la parafernalia academicista o la ortodoxia lingüística. A esto último, quizás obedecen esos bocetos verbales del ser salvadoreño que repentinamente saltan de entre las páginas del texto: “¿A dónde vive este?”, a lo que alguien responde: “Donde tiran flechas”, consigna Giraudon.
El ingenio y el sarcasmo salvadoreños también quedan bien retratados en el rescate que el autor hace de muchos apodos: Elvis (alguien que es bizco), Carne asada (alguien que es de piel oscura o morena), etc. Lo mismo pasa con los nombres propios en sus acepciones derivadas, sean diminutivas o aumentativas, que al margen de cualquier dictado de la Real Academia Española (RAE), adquieren las formas más caprichosas y curiosas entre nuestra gente: Chepe, Chepón, Chepito, para alguien de nombre José; Chica, Paca, Paquita, para alguien que se llame Francisca, entre muchos otros que se consignan en el libro.
Desde el punto de vista didáctico, Kilda Giraudon ha ordenado sus registros a partir de ejes temáticos (La gente, Apodos, Nombres, Vecinos, etc.), lo cual sin duda facilitará la búsqueda de aquellas expresiones o vocablos que despierten curiosidad o interés en la lectora o lector. No están, ciertamente, todos los vocablos y expresiones idiomáticas de la comunicación diaria salvadoreña; como tampoco es de hechura nacional todo lo que está incluido, pues toda lengua es una construcción social que se moldea o teje con materiales propios y ajenos, es decir, con aquellos que con el paso del tiempo llegan de diversos lugares y otros que son creados en el propio lugar de los hechos por la comunidad hablante. Ningún repertorio es completo. Eso es algo que sabe muy bien el autor, como también tiene claro el propósito de su obra: “El objetivo de este trabajo no es de afirmar cuál es la escritura correcta sino de grabar palabras, modismos y dichos para que no se olviden”.
Desde ya, sabemos que Giraudon logrará su objetivo con esta su obra, la cual se complementa con un importante espacio que mantiene en la red: http://www.hablarsalvadoreno.weebly.com/, donde se pueden consultar diversos temas estrechamente vinculados a la idiosincrasia salvadoreña que, desde luego, es una de las fuentes que alimenta esa variada, dinámica y peculiar manera de hablar que nos identifica aquí y allá, es decir, donde sea, como hijas o hijos de El Salvador. Muchas gracias a nombre de mi país. De mi parte, debo agradecerle el hecho de haberme confiado estas palabras, pero también por haberme dado la oportunidad de mirarme como salvadoreño desde sus ojos, desde su investigación. Muchas gracias, Kilda. Este día he apartado de mi rostro las enormes enredaderas. ¡Bienvenido sea este Caliche de mi Pulgarcito, el español como se habla en El Salvador!
Jorge Vargas Méndez
El Salvador, 28 abril de 2015.